Cuento cortísimo I
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Cuento cortísimo I
El día en la oficina había sido duro y sin descanso. Matilde, cansada del día, de la semana y del año, estaba encantada de por fin llegar a su casa. Más allá de saber que al llegar, Julio no iba a estar esperándola. Pero en ese momento, Fernando se le vino a la cabeza, y su cueva, húmeda y oscura, se llenó de luz.
‘’Fernando, ¡Fer!’’ Llamó Matilde, pero el jovencito no le contestó. La mujer, sin apuro, se adentró en la casa.
‘’Hijo, llegué’’ Volvió a intentar, pero Fernando seguía sin responder.
Siguió con sus pasos, y se encaminó hacia la habitación de su único hijo. En el recorrido tropezó con el gato, que se le iba metiendo entre las piernas, deseoso de atención. Matilde, entonces, se puso en cuclillas para acariciar la grisácea cabeza del felino.
‘’¡Fernando!’’ Gritó Matilde, ya por costumbre. Por esos momentos Matilde supuso que su hijo estaría con los auriculares y la música demasiado alta.
La mujer dejo de prestarle atención al gato y se paró. Dio unos cuantos pasos y golpeteó la puerta con su blanca y delicada mano, pero Fernando no abrió. Sin tocar una segunda vez giró el picaporte.
Cuando la puerta terminó de abrirse, cayó de rodillas emitiendo un sonido gutural. Y mientras lágrimas caían por sus mejillas, intentó levantarse sin lograrlo. Su hijo, más blanco que la nieve, yacía en la cama desecha. Matilde observaba la escena sin creerlo. Su Fer, rodeado de escarlata, con la boca abierta y los ojos cerrados; con su grueso cabello despeinado y las delgadas piernas extendidas. Casi como si estuviera durmiendo. Y no corrió, porque ¿Qué sentido tenía correr? Cuando ella llega, no hay manera de que se vaya. Ella es estable, inmutable y eterna. Matilde no tuvo más que sufrir, que dejar que el dolor la tomara por completo.
‘’Fernando, ¡Fer!’’ Llamó Matilde, pero el jovencito no le contestó. La mujer, sin apuro, se adentró en la casa.
‘’Hijo, llegué’’ Volvió a intentar, pero Fernando seguía sin responder.
Siguió con sus pasos, y se encaminó hacia la habitación de su único hijo. En el recorrido tropezó con el gato, que se le iba metiendo entre las piernas, deseoso de atención. Matilde, entonces, se puso en cuclillas para acariciar la grisácea cabeza del felino.
‘’¡Fernando!’’ Gritó Matilde, ya por costumbre. Por esos momentos Matilde supuso que su hijo estaría con los auriculares y la música demasiado alta.
La mujer dejo de prestarle atención al gato y se paró. Dio unos cuantos pasos y golpeteó la puerta con su blanca y delicada mano, pero Fernando no abrió. Sin tocar una segunda vez giró el picaporte.
Cuando la puerta terminó de abrirse, cayó de rodillas emitiendo un sonido gutural. Y mientras lágrimas caían por sus mejillas, intentó levantarse sin lograrlo. Su hijo, más blanco que la nieve, yacía en la cama desecha. Matilde observaba la escena sin creerlo. Su Fer, rodeado de escarlata, con la boca abierta y los ojos cerrados; con su grueso cabello despeinado y las delgadas piernas extendidas. Casi como si estuviera durmiendo. Y no corrió, porque ¿Qué sentido tenía correr? Cuando ella llega, no hay manera de que se vaya. Ella es estable, inmutable y eterna. Matilde no tuvo más que sufrir, que dejar que el dolor la tomara por completo.
Anaïs Anaïs- Mensajes : 2
Fecha de inscripción : 14/10/2016
Re: Cuento cortísimo I
Imponente. Corto y contundente.
Elanor Bolson- Mensajes : 7
Fecha de inscripción : 12/10/2016
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