Hijos de la aguja
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El tajamar

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Mensaje por Engel Mar Oct 11, 2016 8:16 pm

Cuando Carlos cumplió cuatro años vio morir a su perro en el tajamar. A pesar de su corta edad, no lo vivió como un hecho que lo marcara negativamente. La tranquilidad del agua quieta complementaba aquella hora de agonía. Nunca más pudo olvidar la expresión de paz de su mejor amigo cuando la vida lo abandonaba segundo a segundo, y supo que ese era el lugar donde quería morir, para que su muerte sea tan hermosa como la de Ciclón.
A los pocos días su padre trajo el sustituto y la alegría de la juventud del nuevo animal reencendió los juegos y las tardes de caminata por el campo. Esos paseos tenían siempre el mismo destino, el tajamar. Su padre lo llevaba allí para pensar con claridad, decía. La cercanía con el agua y su mansedumbre hacían del lugar un recinto sagrado para él. En cambio para Carlos, allí era el lugar de la muerte, y eso no lo hacía sentir angustiado. Su anhelo era morir allí, al lado del agua quieta.
Los años pasaron y el niño se convirtió en muchacho. Su amigo nuevo ya era anciano y Carlos debía partir a la capital a buscar su carrera. Se preparaba para ser abogado y los padres tenían puestas en su hijo todas las expectativas. Los años en Montevideo fueron de ausencias y desencuentros. Carlos se hacía adulto y cada vez se hallaba más distante de sus padres, aunque regresaba a menudo a casa. En los veranos, mientras cursaba la facultad de derecho, llevaba sus materiales a orillas del tajamar para poder estudiar en paz. El lugar era perfecto y lograba excelentes resultados de concentración. Sin dudas, era su lugar favorito en el mundo.
Pero las visitas de Carlos a sus padres comenzaron a espaciarse en el tiempo. Sandra era ahora todo lo en lo que él pensaba. Su relación comenzó por casualidad, en la puerta de la facultad. Ella, estudiante de primer año, estaba perdida en búsqueda del salón de clases y él, estudiante de tercero se dispuso a ayudarla, aunque no fue gratis. Le cobró un café con él para devolverle el favor. Desde ese día no se separaron por muchos años.
Los veranos ahora había que dividirlos entre las visitas a los padres de Sandra en Melo y a los padres de Carlos en Florida. Esto le daba menos tiempo para visitar su tajamar, de todos modos fue con Sandra muchas veces a estudiar allí, mientras se intercalaba alguna conversación que los mantenía cada vez más unidos.
Años más tarde, Carlos obtuvo el título de abogado y a Sandra aun le restaban tres para terminar su carrera de notariado. Ese verano, mientras él la acompañaba en sus estudios en el tajamar, una de las conversaciones intrusas en el ámbito académico cambió sus vidas. Carlos le pidió matrimonio a orillas del tajamar. El lugar ahora se convertía ahora en una esperanza de vida, de futuro.
Ya habían pasado diez años desde aquel día. Carlos y Sandra tenían un estudio jurídico muy prometedor que iba en ascenso todos los días y los números mejoraban. Ya había nacido Beatriz y esperaban Catalina para finales del verano. Todo parecía perfecto hasta que la muerte volvió interferir en sus vidas. El padre de Carlos sufrió un infarto repentino que lo fulminó en poco rato. Ahora había que sostener a la madre que se sentía muy sola en la quietud del campo. Después de meditarlo bien, Carlos y Sandra se trasladaron a vivir con ella al campo, de ese modo él pudo contagiar a Beatriz la pasión por el tajamar y posteriormente a Catalina.
Los años pasaron y con ellos sus vidas se fueron adaptando a la vida campestre con el tajamar siempre presente como el lugar favorito de Carlos. El tiempo hizo que las niñas crecieran y se fueran a la capital a realizar sus estudios terciarios.
Carlos detestaba separarse del campo, por eso no iba a Montevideo, salvo por cuestiones de relevancia. Sandra viajaba a menudo para ver a las muchachas y hacer algunos trámites para el estudio, que ya era uno de los más importantes del sur del país. Estos viajes frecuentes de Sandra marcaron su destino. La fatalidad, que siempre estaba latente y agazapada para dar su zarpazo, apareció para robarle a Carlos uno de sus tesoros más preciados, su compañera. Sandra volvía de Montevideo en su auto cuando un camión rebasó a otro en el lugar indebido, el la hora menos indicada. El vehículo quedó retorcido y deforme, con la muerte dando vueltas a su alrededor llevándose para siempre a Sandra. De todas maneras, no se compara con el sentimiento en el corazón de Carlos cuando el oficial de policía le comunicaba la tragedia. Sintió que diez mil camiones destrozaban su corazón con fuerza y no pudo sino echar las manos sobre la cabeza y llorar largamente la amargura más honda que jamás imaginó sentir. Uno nunca está preparado para la muerte, las circunstancias cotidianas no dan señales y lo inevitable y fatal ocurre sin que se pueda hacer nada al respecto.
Pasó un mes desde que Sandra se fue. Beatriz y Catalina retomaron poco a poco sus actividades y Carlos quedó solo en aquel campo. Visitaba con frecuencia el tajamar para recordar allí sus momentos de felicidad perdida. De pronto, entre las aguas tranquilas y oscuras del tajamar, la cara de Sandra parecía aparecer. Entonces Carlos lo entendió, lo estaba llamando desde algún lugar, quiso creer que ella no podía estar sin él y que era necesario reunirse. Entonces, con determinación, se quitó los zapatos y dio pasos firmes en el fango. Las sanguijuelas se le adhirieron como imanes y Carlos continuó caminando firmemente hacia Sandra. A medida que las aguas mojaban su cuerpo, sentía que su carne se unía al tajamar y la sentía disolverse lentamente para convertirse en líquido, en eternidad. Recordó a Ciclón y se sintió feliz.
Beatriz había estado llamando toda la mañana a su padre y él no había contestado. Frente a la alarma de una nueva fatalidad, se decidió a viajar en forma urgente a Florida para constatar que estuviera bien. Sintió que se le helaron las entrañas cuando encontró la casa abierta y ningún rastro de su padre. Fue corriendo al lugar más seguro donde encontrarlo, y así fue que vio el cadáver de su padre flotando mansamente en el agua en una escena que resultaba desgarradora pero al mismo tiempo, se notaba una paz inigualable. Carlos siempre supo que su muerte debía ser allí y no iba a permitir que la fatalidad le robara el privilegio.

Engel

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Mensaje por Elanor Bolson Miér Oct 12, 2016 11:26 pm

Imponente...me genera muchas cosas este texto... me crié en el departamento de Florida, en el campo, con tajamares... es cierto tienen una energía rara, como que late algo oculto y siniestro debajo de la mansedumbre... pero en vez de fango, yo diría barro, lama...
Me gustó mucho.

Elanor Bolson

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Fecha de inscripción : 12/10/2016

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